Es muy posible que tus oídos estén recibiendo un bombardeo constante con esa palabra mágica: “La Nube”; y a pesar de lo mucho que lo oyes últimamente, sigues sin saber de qué estamos hablando. Incluso es posible que tu empresa esté explotando estos servicios sin tú saberlo, probablemente a través de plataformas o aplicaciones no integradas con el resto de tu infraestructura (por ejemplo, utilizando algo tan común como Dropbox).
Vamos a intentar poner algo de luz en todo esto. La verdad es que los que estamos metidos en este mundillo utilizamos el término “nube” para todo, como una especie de cajón de sastre, pero hay que especificar. Y no nos engañemos: la información y las aplicaciones deben estar alojadas en unos servidores, unos discos duros que no pertenecen a la empresa en cuestión, sino que pertenecen a Microsoft, IBM, Google… o a empresas como Conasa, que cuenta con su servicio de nube propio. Es decir, nuestra información puede estar en Hong Kong, Dubai, Nueva York… pero también en nuestra ciudad. Así que no nos asustemos.
Debemos tener presente que la nube no es más que un símil para referirnos a la forma en la que accedemos a aplicaciones e información de forma remota, a través de internet. Y una cosa muy importante: gracias a la nube podemos disponer de capacidades (por ejemplo a nivel de velocidad de procesado – computación – y de servicios – gestión de clientes, almacenamiento temporal, etc…) que, de otra manera, necesitarían de grandes esfuerzos económicos y de gestión. Y en estos tiempos en que la capacidad de inversión es tan limitada y donde nuestras empresas temen realizar esfuerzos arriesgados que posteriormente puedan ser considerados excesivos, la nube supone una opción muy válida.
Cuando hablamos de entornos de uso personal, la nube no supone ningún tipo de problema. Todos tenemos nuestra cuenta de correo de Gmail o Hotmail, subimos nuestras fotos a Mega o Dropbox, escuchamos música en Apple Music o Spotify… y nos estamos acostumbrando a realizar pagos mensuales por diferentes servicios: aplicaciones de running, música.. suscripciones en definitiva. Y este formato está, poco a poco, desplazándose al sector profesional, siempre más reticente en la adopción de nuevos modelos tecnológicos.
La apuesta de los fabricantes de software por este modelo es absoluta; en las diferentes formaciones a las que acudimos de fabricantes como Microsoft, IBM, etc., se nos traslada que todo lo que actualmente se relaciona con inversión (infraestructura, plataformas…) se va a modelizar en forma de servicio.
Un ejemplo clarísimo: el CRM (plataforma de gestión de clientes) de Microsoft Dynamics. Actualmente los integradores no tenemos la opción de ofrecer esta herramienta en modo On Premise (instalación en cliente), sino que la única manera de hacerlo es en modo suscripción.
Cuando hablamos de micropymes y emprendedores la nube es, sin lugar a dudas, la mejor opción. El número de usuarios en modo suscripción es bajo y la calidad del servicio elevada. Evitan cualquier tipo de inversión y, en caso de tener que realizar crecimientos o decrecimientos rápidos, la flexibilidad de esta modalidad cuadra perfectamente con las necesidades del momento.
Los servicios por los que más está apostando este sector son los de correo electrónico, agenda compartida, almacenamiento y gestión de clientes; herramientas como Google Apps y Office 365 se amoldan a estas necesidades gracias a su provisión en modo suscripción.
Conforme contemplamos tamaños mayores de estructura, la nube – por el momento – encuentra mayores trabas. El propio desconocimiento del servicio, la percepción de seguridad, y la cuantía económica agregada en un horizonte de 5-8 años crea dudas a la hora de optar por un servicio de infraestructura como servicio.
Estamos observando un creciente interés en empresas que se encuentran en las siguientes tesituras:
Una de las grandes ventajas de la opción de nube es la facilidad y comodidad es la ausencia de necesidad de control de licenciamientos. La gestión de licencias y del soporte de infraestructura es compleja y muchas veces supone un desasosiego para nuestros clientes.
La modalidad más frecuente es la siguiente:
El fabricante o el integrador puede exigir una permanencia mínima (normalmente 12 meses) en lugar de establecer una cuota inicial elevada, pero esto ya depende de lo que ofrezca. Incluso establecer un periodo de prueba de producto, algo que es sumamente atrayente ya que ayuda a determinar los servicios de mayor valor añadido en función de su utilización.