Cada día es más usual ver en el mercado equipos de una gama media con componentes bastante potentes y capaces. Empieza a ser algo normal ver, por ejemplo, portátiles con procesadores Intel i5 o i7, 8GB de memoria RAM y discos duros de 1TB.
La cuestión es que cuando compramos un equipo de este tipo, para uso doméstico por ejemplo, tenemos unas expectativas de rendimiento efectivo a la hora de usarlo bastante altas, pero muchas veces ocurre que los resultados obtenidos nos defraudan un poco y pensamos “pues vaya, yo esperaba que fuera a funcionar más rápido, que iba a encenderse y cargar el escritorio en menos tiempo, etc., etc”. En resumen, todo un chasco el nuevo equipo.
Entre los factores de software a tener en cuenta, hay varios que influyen a la hora de conseguir un ágil funcionamiento de la máquina, como por ejemplo tener un sistema operativo original instalado mediante una instalación limpia, mantenerlo actualizado y, a ser posible, sin demasiado bloatware. Muchos fabricantes tienden a traer preinstaladas en sus imágenes de fábrica bastantes aplicaciones de terceros, las cuales muchas veces no nos sirven de nada y solo hacen que el sistema operativo tarde más en cargarse al encender el equipo.
Pero, dirigiéndonos al quid de la cuestión y al tema sobre el que trata este artículo, el verdadero talón de Aquiles de los ordenadores que produce el denominado “cuello de botella” en el rendimiento hoy en día está en el hardware, concretamente en el disco duro. Si, como lo oís, este componente actualmente puede resultar más importante y determinante que tener 4GB, 8GB o 16GB de RAM y un procesador Intel i7 por ejemplo.
El problema radica en que los discos duros convencionales, están compuestos por elementos mecánicos: varios platos rígidos, un eje que hace que estos giren a una velocidad de 5400rpm o 7200rpm normalmente y un cabezal magnético para realizar las lecturas y escrituras. Esto hace que tanto la capacidad de acceso a los datos como la escritura de estos, tenga una limitación en su rapidez, que será siempre similar, dado que el funcionamiento de la gran mayoría de discos mecánicos es el mismo y resulta casi imposible de agilizar en tiempo el funcionamiento de sus elementos mecánicos.
Aquí es donde hace aparición nuestro protagonista, que no es otro que el disco duro de estado sólido o unidad SSD (Solid State Drive). Estos están compuestos por chips de memoria flash (como las unidades USB, por ejemplo), lo que hace que al no tener elementos móviles y/o mecánicos, se reduzca su peso y consumo energético, disminuyendo así su calentamiento y aumentando enormemente la velocidad de funcionamiento y fiabilidad. Tienen el inconveniente de corromper las celdas de memoria con cada escritura, lo que acorta la vida útil de estos dispositivos, pero con los avances que va habiendo en el campo y una correcta configuración, esto no debería resultar un problema en absoluto.
Lo único que nos falta es que terminen de reducir su precio definitivamente y se estandaricen como las unidades de disco por defecto en todos los equipos. Como dato, el disco duro SSD de 120GB de Kingston ha ido reduciendo su precio costando hace un par de años entre 80 y 90 euros a los 40-50 euros que cuesta actualmente. Todo apunta a que a lo largo de 2016 empezarán a estandarizarse y su relación €/GB acabará por superar a los discos duros clásicos en poco tiempo.
Actualmente ya se empiezan a ver equipos que montan un SSD como unidad principal (para instalar el sistema operativo y programas) y un disco duro clásico como unidad secundaria para almacenamiento de datos. Esta es hoy en día una de las mejores opciones para poder trabajar con discos SSD, ya que los de mayor capacidad todavía siguen teniendo un coste demasiado elevado para ser usados en solitario.
Concluyo el artículo confesando que en su momento tuve la oportunidad de probar un disco SSD en mi portátil de trabajo Intel Core 2 Duo con 2GB de RAM, y la grata sorpresa, junto a la esperpéntica diferencia que supuso aquello, me llevó a decidir instalar un SSD en todos mis equipos personales. Tengo que reconocer que ahora mismo ya no podría usar un equipo que no tuviera disco SSD, ya que una vez acostumbrado a semejante velocidad y agilidad para casi todo (encender y apagar el ordenador, cargar programas o aplicaciones pesados, acceder a información, moverla o escribirla), me resulta sencillamente impensable volver atrás.